lunes, abril 10, 2006

Dedicado a mis hijos Stavros & Karina en su primer aniversario de casados, marzo de 2005

Recuerdos…

Una boda siempre es un acontecimiento feliz, y mucho más cuando se trata de la boda de nuestros propios hijos. Los novios van al matrimonio llenos de ilusión, con la esperanza del “para toda la vida”, y los padres los acompañamos en ese deseo con el mismo fervor. Hasta ahí. De allí en adelante les toca a ellos construir y construir, cada día. Aprovechar la fuerza infinita del amor para cimentar la base de su relación. Los padres estaremos muy felices si la pareja que escogió nuestro(a) hijo(a) es con la que se siente feliz. No tiene por qué gustarnos o dejar de gustarnos a nosotros, quererlos o no quererlos, es a ellos a quienes tiene que gustarles su pareja, querer a su pareja, si a nosotros nos gusta, y llegamos a quererla ¡bingo!

Karina me gusta, y la quiero, pero de no haber sido así no habría mucha diferencia: Mi hijo fue el novio más enamorado que se haya visto en boda alguna. Nadie ha llegado al Altar más feliz que Stavros. (“Yo nunca había visto un novio tan feliz”, nos comentó el veterano fotógrafo) Es por ello que ese día, 6 de marzo de 2004, sucedió un acontecimiento maravilloso también para mí, a un año de él, lo atesoro entre mis momentos más dichosos, y hoy lo sigo celebrando, compartiendo con ellos su alegría de estar juntos, alegría que con cada latido de mi corazón deseo que los acompañe siempre.

Ese día y esa noche estuvieron llenos de magia… La “buena vibra” se sentía en todos los espacios. Tuve la inmensa dicha de estar acompañada de mi hijo Sócrates y de mi hermana Lygia; a ella en especial le agradezco hoy como entonces, el haber viajado hasta Panamá para celebrar con Stavros y conmigo, a pesar de que casi me mata la víspera de la boda, en lo que pudo haber sido un homicidio culposo, en cambio a Mario poco le faltó para acusarla de “homicidio intencional en grado de frustración”, jajajajaja…. pero ese es tema para otra historia.

Esa noche, decía, llena de magia - y los días que la precedieron - la compartí además, con mi nueva familia por afinidad: Mario y Vera, mis consuegros, excelentes anfitriones, y estupendos organizadores de una Recepción maravillosa, plena de exquisitos detalles, brindados con su extraordinaria calidez, que se desbordó incontenible en el muy propicio y bucólico ambiente de El Valle, iluminado por una hermosísima luna y un cielo limpio, cuajado de estrellas. ¡Ni el asomo de una nube! Y no por la Gracia de los dioses, sino por decreto de Mario - quien además estaba haciendo su debut como luminito, y se botó iluminando los jardines – que decidió que esa noche ¡no llovería!

A Mario y Vera, hoy mis queridos consuegros, y a su otra hija, Anika, encantadora, los conocimos unos meses antes de la boda, en un viaje relámpago que hicimos Sócrates y yo a Panamá, concretamente en diciembre, aunque con Vera ya había intercambiado muchos mensajes por mail, y habíamos chateado y hablado por teléfono, así que entonces ya nos pareció a ambas que nos conocíamos de toda la vida. La empatía fue inmediata, y esa Navidad me sentí en familia. Y aunque estas líneas las escribo a pedido, y por iniciativa de Vera en homenaje a nuestros hijos, quiero expresar aquí – que va a quedar en familia – mi cariño y admiración por esta bella mujer, tan creativa y tan llena de detalles. Chapeau.

A Karina la “conocí” casi al mismo tiempo que Stavros: a tres días de haber sido presentados en Ciudad de Panamá, él la siguió separadamente hasta la isla de Bocas del Toro, Panamá, adonde fue a dar con sus huesos y su maleta, surcando el mar
embravecido cual Ulises en pos de su Penélope, sin hacer caso del canto de las sirenas. Desde allí me llamó y me dijo que había encontrado a la mujer de su vida, ¡y que conste que eso jamás me lo había dicho! por lo que lo tomé bien en serio: muy temprano al día siguiente, empecé a llamar a distintos telares para que aumentaran su producción de gazar rojo, por lo menos en cantidad suficiente para mis requerimientos; decidí que esos serían la tela y el color del traje que vestiría el día de su boda. Y si vieran ahora mi provisión de lana…Seis meses más tarde, tuvo Karina que venir a Venezuela para que yo le diera el visto bueno… jajajaja…¡a que dieron un respingo!

¡Sí tuvo que venir, pero por su trabajo. No era la primera vez que venía al país, pero sí la primera vez, me atrevería a asegurar, que buscaba ver a Stavros en el mestizo collage, y quizás se preguntaría si él habría pisado – o caído en uno de los tantos huecos - por donde ahora transitaban sus pies, y bajando silenciosa hacia el Ávila vio una nube que se desdibujaba, tan hermosa como la risa de su amado, y entonces ella sonrió feliz. ¡A que sí!

En esa ocasión compartimos apenas tres días, pero intensos. Llegó luciendo emocionada su anillo compromiso (que sin él mediante no hubiese venido por estos lares) La historia del anillo es para otra crónica. Conversamos muchísimo, de toda una variedad de temas, sin tabúes. A la vez que fresca y espontánea, aprecié su madurez. Me encantaron su calidez y su mirada franca, directa. Entonces ya llevábamos tiempo chateando casi a diario.

Mientras tanto, Stavros me llamaba casi todos los días, haciéndome cómplice de sus planes secretos, y del más mínimo homenaje que estuviese preparando para Karina, entre ellos la búsqueda del anillo de compromiso, que había hecho creer a Karina que no estaba entre sus prioridades, y siempre que ella lo llamaba a su celular, él le decía que estaba haciendo mercado o en la barbería, diligencias ambas que luego no podía justificar cuando Karina llegaba a Chatham y se encontraba con la despensa y la nevera vacías, y el cabello listo para un corte.

Sin duda fue una época muy hermosa en la vida de mi hijo, y yo tuve la dicha de compartirla, de vivirla con él, día a día. Y es un motivo más para sentirme feliz. Gracias a la Vida.
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posted by Nelly Tsokonas at 7:58 a.m.

7 Comments:

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1:58 a.m.  
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